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Este título puede sonar un tanto agresivo, pero realmente tiene bastante de anatomía. En aras de las próximas elecciones internas que se verán en los partidos políticos, llaman la atención los procesos de pensamiento y selección a los que nos sometemos diariamente. Cada día el ser humano se ve enfrentado a un sinfín de decisiones por tomar, desde decidir qué tan cargado quiere el café hasta ecuaciones financieras que conllevan altos grados de razonamiento lógico. En cada una de las decisiones que tomamos se involucran los tres cerebros: el reptiliano, el límbico y el neocórtex.
Cada uno de ellos se activa en diferente porcentaje dependiendo del tipo de situación que se presente. Sin embargo, hay uno que siempre está alerta y que puede desencadenar reacciones inmediatas y poco meditadas. Se trata del cerebro reptiliano, el más antiguo de los tres y el que se encarga de que nosotros y nuestros genes sobrevivan, es decir, se encarga de las funciones más básicas: la reproducción, el funcionamiento de nuestro cuerpo, y de mantenernos con vida en situaciones que éste considera son de peligro.
Esta última función la ejecuta en tres modalidades u órdenes: atacar, huir, congelarse. El neocórtex por su parte, es el cerebro racional, con el que hacemos cálculos, razonamos, contabilizamos. El límbico es el cerebro emocional, donde se asocian las emociones a experiencias de vida y donde se localiza la amígdala, la cual regula cuestiones de memoria, emociones, y a su vez, condiciona el funcionamiento del organismo y del sistema nervioso.
Si bien el cerebro continua siendo un misterio para los neurocientíficos, con el paso de las décadas se ha ido aclarando su funcionamiento, pero de manera más importante, se ha ido entendiendo cómo interactúa el cerebro con los estímulos que recibe y cómo logra modificar su estructura, dando lugar al concepto de neuroplasticidad. Dichos cambios físicos resultan invariablemente en cambios conductuales, lo cual abre una oportunidad inmensa para publicistas y asesores políticos de modificar los patrones de consumo de la población, ya sea que estemos hablando de un producto perecedero o de un candidato.
Cuando hablamos de los procesos mentales en una votación, el elector rara vez sigue un patrón o una secuencia de razonamientos, y su elección estará dictada principalmente por las emociones que lo aborden en ese momento. Es por ello que las campañas más exitosas generalmente tienen un fuerte componente emocional, donde intentan provocar ya sea emociones positivas que se activan al pensar en un candidato y/o emociones negativas, principalmente a través del miedo, al asociarlas con los contrincantes.
Desde las bases de B. F. Skinner del condicionamiento operante hasta las técnicas actuales que estimulan las neuronas espejo para programar el cerebro, se empieza a acariciar nuevamente la idea de la omnipotencia de los medios y de la vulnerabilidad de los espectadores, hablando inclusive de la ética detrás de su aplicación. Si bien el neocórtex fue nuestro último gran desarrollo evolutivo en cuanto a anatomía cerebral se refiere, somos seres vivos que buscan la trascendencia genética, por lo que nuestra prioridad absoluta es la subsistencia. Siendo así, cualquier estímulo que emule un peligro para nosotros y nuestra descendencia, provocará una secuencia de reacciones físicas y psicológicas que son susceptibles de ser canalizadas hacia una conducta en específico.
El cerebro reptiliano entonces cobrará protagonismo y dejará sin voz ni voto a las protestas del neocórtex. Es un ejercicio interesante analizar cuáles son las decisiones que nos llevan a elegir a un candidato sobre otro. De hecho, muy probablemente ni siquiera logremos detectar por completo cuáles fueron los motivos reales que nos llevaron a actuar así (o a no actuar, si es que nos abstuvimos de votar) puesto que la mayoría de los procesos se llevan a cabo en un nivel subconsciente e instintivo. Siendo esto así, ¿Hasta qué punto existe el libre albedrío?