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11 de diciembre de 2022Por Mónica Fueyo
El pasado 13 de noviembre se movilizaron las masas en defensa del INE en más de 20 entidades de la república denotando una gran unidad entre la población.
La frase que se leía con regularidad era ‘el INE no se toca‘, esto sugería un atentado hacia su autonomía y un grave peligro para la democracia.
Se hablaba de cómo el máximo dirigente intentaba dominar el órgano que rige el proceso democrático más importante que tenemos y abusar de esta reforma constitucional para asegurar la trascendencia de su partido unos años más.
Es indudable que la idea de una reforma que toque a nuestra Carta Magna, especialmente en sus instituciones políticas esenciales, ataca de golpe parte de la identidad del mexicano. Es una especie de foco rojo ante el cual toda la atención se vuelca y se coloca en los primeros lugares de la agenda pública.
Por su parte, la protesta como mecanismo de participación ciudadana, si bien es tanto poderosa como necesaria para la salud democrática del país, también es fuente de infección emocional en el que se provoca un “choque moral” para activar a sectores más bien pasivos de la sociedad que no suelen incurrir cotidianamente en mecanismos de ejercicio democrático.
Desde la psicología de las masas, se apreciaría el antagonismo entre el usual 50 por ciento de participación electoral nacional y una movilización principalmente provocada por emociones basadas en la indignación.
La sensación de amenaza que encendió la amígdala de la mayoría de los participantes, los llevó a pintar las calles de rosa obviando las sugerencias de análisis racional de su neocórtex acerca de la necesidad de leer las propuestas de la reforma.
Los atajos cognitivos que utilizamos nos ahorran tiempo y esfuerzo a la hora de tomar decisiones.
Sin embargo, a la hora de ejercer el rol de ciudadano, debiese ser requisito el dedicarle un análisis extensivo y racional a los problemas ante los que nos enfrentamos como sociedad.
Un cambio de nombre institucional no debería significar suficiente amenaza, y si así lo fuera ¿Por qué? Un aumento en la barrera electoral quizás se interprete como un ataque a las minorías, pero ¿A partir de qué número consideramos una minoría lo suficientemente importante como para ser tomada en cuenta e incluida en el sistema de partidos? ¿Qué tanto pluralismo político es deseable? ¿Qué tanta fragmentación electoral es saludable en términos democráticos? ¿Qué tanto deseamos sacrificar en términos de representatividad electoral a costa de un ahorro tangible? ¿Qué implica verdaderamente reducir la exposición a los medios televisivos?
Quizás la reflexión más importante que nos deberíamos de hacer respecto a la reforma es si es deseable tener una Constitución tan flexible que permita la inclusión de temas operativos que requieran de su constante reformulación.
No olvidemos que, al perder su rigidez, pierde su supremacía y su distinción respecto a las leyes ordinarias. Si no se le da a la Carta Magna el lugar que merece, aquella de la que emana todo el sistema político y orden social ¿Cómo pretendemos definirnos como sociedad? ¿Acaso somos tan líquidos como nuestra ley madre? Empecemos por darle la solemnidad a nuestros cimientos para poder proceder a un fortalecimiento de la cultura política que nos legitime para jactarnos de ser un pueblo activo y comprometido la nuestra democracia.